Para lograr que la gente use cubrebocas, debemos hacer lo mismo que con los cinturones de seguridad, los cascos y los condones

El uso generalizado del cubrebocas puede basarse en las maneras en que establecimos hábitos en torno a otras medidas de seguridad rutinarias, señalan los expertos (Calla Kessler/The New York Times)

THE NEW YORK TIMES

En la clínica pediátrica donde trabajé durante muchos años en Boston, cada habitación tenía un tazón de plástico transparente lleno de condones de colores brillantes. Estaban allí a la vista, brillantes y llamativos, y parte de mi trabajo —el trabajo de todo proveedor de servicios de salud— era ofrecerlos alegremente y con naturalidad, y sobre todo sin juzgar, a los adolescentes en todas las consultas.

Los pediatras hablan sin cesar y repetidamente sobre las precauciones de seguridad. Siempre hay que poner a los bebés en un asiento de auto apropiado. Siempre debemos usar el cinturón de seguridad. Siempre debemos usar casco de ciclista. Siempre debemos usar condón (aquí es donde la gente suele bromear acerca de no hacer todas estas cosas a la vez: no intentes usar condón mientras conduces tu bicicleta o tu auto).

¿Qué hemos aprendido de esas costumbres que también podrían aplicarse al uso de cubrebocas?

Más y más estudios muestran que los cubrebocas mantienen a todos a salvo. Además, protegen a otras personas si estás infectado pero no lo sabes; eso incluye a las personas que son asintomáticas y las que llegarán a desarrollar síntomas más adelante. Y sí, los cubrebocas también ofrecen algún nivel de protección a quien los usa, aunque eso varía con el tipo de cubrebocas.

Benjamin Hoffman, director médico del Centro de Seguridad Tom Sargent del Hospital Infantil Doernbecher en Oregon, dijo que, para ayudar a las comunidades a pensar en los cubrebocas, “el objetivo es hacer hincapié en su uso para los que ya están haciendo lo correcto y ayudar a convencer a aquellos que no se han decidido”.

Las campañas para que la gente use condones, cascos al andar en bicicleta y cinturón de seguridad implicaron dar un paso más. Las tres implican algún sacrificio de comodidad y conveniencia personal, sacrificios que parecen triviales para algunos y nada triviales para otros.

así como necesitamos usar el cinturón de seguridad cada vez que estamos en el auto, aunque no esperemos chocar, necesitamos usar cubrebocas en público, aunque no creamos que nosotros o las personas que encontremos estén infectadas del coronavirus.

Comencemos con los condones, pues claramente son la mejor analogía: usas condón para protegerte a ti mismo, pero también para proteger a tu pareja.

Michelle Ybarra, presidenta y directora de investigación del Centro para las Investigaciones Innovadoras de Salud Pública, dijo que, con el tiempo, “hemos hecho un buen trabajo convenciendo a los adolescentes” de que la “idea de que puedes hacer una selección serológica” —o determinar si una pareja sexual tiene VIH por su aspecto— no es cierta. Preguntar a las parejas sexuales si tienen infecciones de transmisión sexual tampoco es una buena estrategia; la gente puede estar infectada y no saberlo.

Con el coronavirusYbarra dijo que “hay personas, no sabemos cuántas, que son asintomáticas o muy levemente sintomáticas, y podrían andar infectadas por ahí sin saberlo”.

Hace unas cuantas semanas, Jill McDevitt, sexóloga en San Diego, hizo publicaciones en las redes sociales acerca de cómo la información de las investigaciones sobre los condones podrían aplicarse al diálogo sobre los cubrebocas. “Podemos aprovechar los datos de los condones y hacer que funcione”, comentó.

Sobre todo, se enfocó en la necesidad de reconocer que usar cubrebocas no se siente tan bien como no usarlo. “Nadie dice emocionado: ‘¡Sí, tengo que usar cubrebocas hoy!’”, comentó McDevitt. Decirle a la gente que se siente igual, dijo, “resulta invalidante, y provoca que la gente se rehúse aún más”.

Deberíamos centrarnos en ayudar a la gente a conectarse con sus amigos y familiares sin pelearnos. “Dirigir con empatía”, dijo. Comencemos por reconocerlo: “Esto es difícil para ti”. Empecemos preguntando: “¿Cómo hacemos que esto sea lo más fácil posible?”.

Con los condones, eso implicaba volverlos accesibles, disponibles, gratuitos, como los de nuestras salas de análisis. Pero también significaba ayudar a la gente a negociar, dijo McDevitt: “Puede ser, digamos, algo así: es una monserga usar cubrebocas, y a mí tampoco me gustan, pero esto no es para siempre. Mientras tanto, nos permiten estar más seguros cuando estemos juntos”.

O tal vez se trate de una propuesta: “Déjame ayudarte a encontrar uno que sea más cómodo para ti. Hay algunos que no se caen de la nariz ni empañan los anteojos”.

Ybarra comentó: “Decimos que la gente no cree que los condones se sientan bien, así que hablamos de lo que puede aumentar el placer”. Eso ayuda a suscitar los mensajes de la población que se intenta educar, dijo, a escuchar atentamente y aprender cuáles pueden ser las barreras culturales, y a escuchar a las personas que están eligiendo usar cubrebocas. Además, ayuda a contextualizar el riesgo, dijo, a ofrecer datos y a enviar el mensaje: “Todos estamos juntos en esto, todos estamos en riesgo”.

Según McDevitt, otra pauta que se deriva de la negociación sexual es la importancia del consentimiento: a la gente se le permite cambiar de opinión. “Podemos alejarnos si alguien no quiere usar cubrebocas, podemos no pasar tiempo con ellos”.

Pero no solo los condones implican un sacrificio de la comodidad personal. Como alguien que creció en la era previa a los cascos para andar en bicicleta, al principio me molestaba la idea de tener que usar uno, ya que me aplastaba el cabello rizado y me quitaba la sensación infantil del viento en la cara, pero cuando tuve hijos, insistí en su uso, y no me subiría a una bicicleta sin uno.

Hoffman dijo que los pilares de la prevención de lesiones son la aplicación de la ley, la educación y la ingeniería, y las mejores campañas incorporan los tres.

La ingeniería puede implicar la transformación del medio ambiente para que la protección no dependa del elemento humano —poner bolsas de aire en los autos, por ejemplo, o construir vallas protectoras en las carreteras— y puede significar la elaboración de recordatorios para cuando la gente no tenga abrochado el cinturón de seguridad.

La aplicación de la ley puede significar que se exija a los fabricantes que incorporen esas protecciones, pero también puede implicar que se exija a los seres humanos que tomen medidas: usar cascos para andar en motocicleta o bicicleta, o para esquiar. En cuanto a los cubrebocas, la aplicación de la ley puede significar normas sobre la necesidad de ponerse cubrebocas para entrar en un edificio, una tienda, una clínica, un tren, un autobús o un avión.

Frederick Rivara, profesor de Pediatría en la Universidad de Washington, y codirector de formación troncal del Centro de Prevención e Investigación de Lesiones de Harborview, dijo: “Lo que aprendimos de la historia del casco de ciclismo fue que el enfoque de la campaña era tratar de hacer que suficientes personas usaran cascos para que las personas que no los usen parezcan inadaptados”.

La idea era que los grupos lo hicieran juntos: escuelas y grupos comunitarios que compraran cascos o realizaran actividades relacionadas con el uso de cascos. Por otro lado, dijo, con los cascos de ciclismo, el énfasis estaba en la autoprotección, mientras que, con los cubrebocas, se le pide a la gente que proteja a los demás.

Lo que tenemos que hacer con los cubrebocas es normalizarlos lo suficiente para que la gente que no los use sea la excepción, en lugar de que ocurra lo contrario”, dijo Rivara.

Los niños harán lo que sus padres, lo que la comunidad, lo que sus compañeros”, dijo Hoffman. Todo se trata de “normalizar el comportamiento, aceptar el comportamiento, ayudar a que el niño entienda la importancia de la utilidad. Los niños hacen lo que deben, harán lo adecuado si tienen un ejemplo que seguir”.

La normalización fue la estrategia más importante para promover el uso de condones durante la epidemia de VIH, dijo McDevitt. Sin embargo, tomó algo de tiempo, y debemos aplicar esas lecciones rápidamente si vamos a beneficiarnos de los cubrebocas. “Usa tu cubrebocas, úsalo adecuadamente”, comentó. Hay que usar la aplicación positiva: “Hagámosles cumplidos a las personas cuando usen cubrebocas”.

¿Y si no lo hacen? “Hacer preguntas puede ser muy positivo: ‘Me doy cuenta de que no usas cubrebocas. ¿Necesitas uno?’; ‘Me da curiosidad que no uses cubrebocas’. En vez de decir: ‘Ponte cubrebocas. ¿Qué te pasa?’”.

Señaló que, incluso con la normalización del uso de condones, no hay un cumplimiento del cien por ciento. “Es un modelo de reducción de daños en el que la meta es hacer que tantas personas como sea posible tengan tantas herramientas como sea posible para estar tan seguros como sea posible, con tanta frecuencia como sea posible”.

* La doctora Perri Klass es la autora del libro de próxima aparición “A Good Time to Be Born: How Science and Public Health Gave Children a Future”, acerca de cómo nuestro mundo se ha transformado gracias al declive radical de la mortalidad neonatal e infantil.

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